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10.4.11

Fronteras

Son las siete y media ,el despertador debería sonar, pero no suena, por supuesto que la culpa no es del aparato sino de quien no lo programó el día anterior, a las ocho el ruido de una radio a todo volumen lo saca de sus sueños, había pasado toda la semana maldiciendo a los obreros del departamento contiguo por los ruidos innecesarios y ahora desearía abrazarlos uno por uno por haberlo despertado.
La moto va a 120 por hora, solo a esa velocidad Juan llegará al trabajo a tiempo, dobla por Belgrano a último momento, piensa en la noche anterior, en todo el alcohol que había tomado y en las estupideces que le había dicho, justamente a ella.
Cuando se da cuenta que no hay mas autos alrededor frena de golpe, tan solo veinte metros por delante hay un cerco policial que cubre toda la avenida y mucha gente amontonada. Baja de la moto indignado y se acerca a la valla a preguntar que sucede, cuando nadie contesta repite la pregunta más alto, todos lo ignoran salvo un policía que se da vuelta y lo mira con curiosidad, alto y bronceado, con gafas oscuras y una linterna en la mano con la que lo apunta, a pesar de estar apagada.
- ¿Que haces acá, no ves que no se puede pasar?,- pregunta en tono jocoso- Ha habido un accidente, tenés que irte cuanto antes. Tomá ese camino - y señala con el dedo lo que parece ser un pasaje- es tu única salida.- Acto seguido comienza a reír compulsivamente, como si algo en la situación le resultara gracioso, dejando ver unos dientes extremadamente blancos, y sin más se da vuelta y se pierde entre la multitud.

Juan entra por el pasaje sorprendido, nunca en años de pasar por allí cada mañana lo había notado. Luego de diez minutos de recorrer el estrecho camino se percata de que no hay posible manera de seguir, la calle desemboca en una gran pared de ladrillos.
-Ahora entiendo la risa de ese estúpido policía- se dice a si mismo en voz alta-.
A ambos lados del camino hay gigantes fábricas abandonadas. El piso, que solía ser de cemento, ahora está repleto de yuyos de más de medio metro de altura, Juan echa un vistazo general al lugar y descubre un hueco, a lo lejos, del que parece salir luz, siente curiosidad, se baja de la moto y camina por la maleza , pero al llegar calcula mal sus pasos y cae al vacío.
Protege la cara con sus manos, abre los ojos lentamente y le cuesta creer lo que ve: ha caído sobre arena, sobre un piso de arena que se extiende en todas direcciones, que se extiende hasta el horizonte. Hay un desierto bajo la ciudad, porque, ¿acaso no sigue en la cuidad? .
Mira el paisaje detenidamente y reconoce lo que parece ser una vivienda, por lo menos no morirá de sed. Se trata de una modesta casa de losa con paredes amarillas y un cerco blanco alrededor. Por algún motivo que no logra entender, la casa en el desierto le recuerda a su hogar de la infancia, de cuando vivía en La Pampa. Por un instante pasa todo por su memoria: las tardes en la hamaca, los cumpleaños, el pan con manteca, los cuentos de su abuela...
Toca la puerta dos veces, mira hacia la ventana, alguien está corriendo la cortina, el reflejo del sol no le deja ver lo que hay del otro lado, se abre la puerta de madera. La sorpresa fue tal que no puede hablar por unos instantes, frente a el está el policía que había visto en el accidente, vestido con una remera blanca ajustada y una campera de cuero, Juan se recompone y pregunta tartamudeando:
- ¿Qué haces acá?
- ¿Cómo que hago acá?, ésta es mi casa, la pregunta sería más bien al revés, ¿no te parece?
- Pero yo te vi, en el accidente, con tu traje de policía.
- No se de que hablas, no te conozco, estás delirando, lo puedo ver en tu cara, estás pálido como la nieve, un trago te vendría bien, pasá, quedate un rato acá hasta que te recompongas.
Juan tiene muchas preguntas por hacer, tantas que no sabe por cual empezar, miles de preguntas rondan por su mente y sin embargo elige quedarse en silencio. La puerta de entrada da a la cocina, Juan se sienta en una de las sillas de madera alrededor de una mesa redonda,
-Bien, te pusiste cómodo, ahora decime, ¿qué querés tomar?
- Agua.
- Bueno, yo, por mi parte, prefiero algo un poco mas fuerte- saca del bolsillo interior de su campera negra una petaca y toma un largo trago.
Luego de tomar el vaso de agua, Juan siente como sus ideas se acomodan, y se da cuenta que lo que ha pasado es demasiado extraño, que ese hombre es demasiado extraño como para estar en su casa, por lo que decide irse. Por supuesto que ya es tarde.
Juan está fuertemente amarrado a su silla, con cinta adhesiva en la boca, lo que le resulta estúpido ya que se encuentra en el medio del desierto, por más que gritara por auxilio nadie lo escucharía, a lo lejos le parece escuchar una música, pero bien podría ser producto de su imaginación. Sus piernas y brazos tiemblan, pero él casi no siente miedo, más bien está resignado a el hecho de no tener ningún control sobre nada de lo que le sucede. Cada segundo es eterno, el hombre parece buscar algo, por fin lo encuentra, pero lo guarda rápidamente en el bolsillo, se da vuelta sonriendo, toma otro trago de su petaca y dice:
- Tal vez el uniforme de policía sea solo un disfraz, así como tal vez fue el destino quien te trajo acá, a mi me gusta creer que vivimos en un mundo justo, que nada en ésta tierra sucede por casualidad, pero te puedo asegurar que si es así, si éste es el destino que te merecés, debés haber hecho mucho, pero mucho daño.- Con su mano derecha saca la navaja del bolsillo, la abre ágilmente y se acerca, haciendo retumbar cada paso contra el suelo y mostrando una gran sonrisa en su rostro.
Las imágenes se comienzan a fundir, Juan ve al falso policía a su lado, éste se arrodilla, y le susurra al oído:
-Descansá hoy, porque mañana el dolor no te dejará dormir.- luego se para y comienza a caminar, perdiéndose entre la gente.
Juan intenta levantarse y seguirlo, intenta gritar para que alguien lo detenga, intenta advertir que ese hombre es un psicópata, pero las heridas no se lo permiten, toca su cuerpo, se mira las manos ensangrentadas. Luego mira alrededor ve su moto, tirada sobre la calle a pocos metros, ve gente, muchas caras desconocidas , abre mejor los ojos, ve ambulancias, patrulleros y por lo menos tres médicos en sus batas blancas que parecen estar socorriéndolo, escucha a una mujer gritar:
- ¡¡¡Regresó!!!
Ahora es Juan quien ríe a carcajadas, aunque sin estar completamente seguro de por qué.

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